El fotógrafo Magnus Wennman decidió viajar a cubrir las oleadas de migrantes sirios que se están llevando a cabo. La situación es crítica y Magnus, como fotoperiodista, quiso aportar con lo suyo: imágenes. Cada una de las siguientes fotografías lleva abajo una historia que debe ser conocida. Los protagonistas son niños pequeños y el título que lleva el libro recopilatorio es: “Donde los niños duermen”. Es difícil ver estas imágenes sin que se nos parata el corazón: La fotografía de la portada es de Walaa tiene 5 años y quiere volver a casa. Ella cuenta que tiene su cuarto propio en Aleppo. Ahí no acostumbraba a llorar a la hora de dormir.
Ella es Maram tiene 8 años y acababa de salir de la escuela cuando un misil destruyó su casa. Una parte del tejado cayó sobre ella. Su madre la llevó a un hospital de campo, desde ahí fue llevada a la frontera con Jordania. El golpe le causó hemorragia cerebral. Los primeros 11 días Maram estuvo en coma. Ahora está consciente, pero tiene la mandíbula rota y no puede hablar.
El es Ahmed tiene seis años y lleva su propia bolsa durante los largos trayectos que su familia hace a pie. “Él es valiente y sólo llora a veces por las mañanas”, dice un tío que se hace cargo de él desde que su padre fue asesinado en Deir ez-Zor al norte de Siria.
Ella es Fara tiene 2 años y ama el fútbol. Su padre trata de hacer pelotas para ella juntando todo lo que encuentra en el suelo, pero no duran demasiado. Cada noche, él se despide de Fara y de Tisam (9 años), la hermana menor de ésta.
Ralia, de 7, y Rahaf, de 13, viven en las calles de Beirut. Son de Damasco, donde una granado mató a su madre y hermano. Junto con su padre, han estado durmiendo así durante un año. Se acomodan para darse calor en los cartones.
Ella es Shehd amaba dibujar, pero últimamente sus dibujos contienen siempre lo mismo: armas. “Ella las ve todo el tiempo, están en todas partes”, explica su madre mientras la niña duerme en el suelo junto a la frontera de Hungría. Ahora ella no dibuja nada. La familia no ha podido traer papel ni lápices con ellos en el viaje. Shehd tampoco juega. El escape ha forzado a los niños a convertirse en adultos y se preocupan de lo que ocurre a cada hora y a cada minuto.
El es Ahmad estaba en casa cuando una bomba estalló contra su casa en Idlib. Una metralla lo golpeó en la cabeza, pero logró sobrevivir. Su hermano menor no lo logró. Su familia ha vivido en guerra con el vecino cercano desde hace años, pero sin un hogar, no tienen opción. Se vieron obligados a huir. Ahora Ahmad yace entre otros cientos de refugiados en el asfalto de la autopista que lleva a la frontera de Hungría.
Hacen 34 grados. Las moscas vuelan sobre la cara de Juliana y ella mueve las piernas con dificultad en el sueño. La familia de Juliana ha estado caminando por Serbia durante dos días. Esta es la última fase de una huida que comenzó hace 3 meses. La madre de la niña pone un fino chal sobre ella. A unos metros de su lugar de descanso, miles de personas viajan en grupo. Es finales de agosto y Hungría está a punto de atrincherarse con alambre púas para frenar las olas de refugiados. Pero por unos días todavía es posible pasar por una frontera de la ciudad de Horgos. Tan pronto amanezca la familia de Juliana lo intentará.
El es Amir tiene 20 meses y nació refugiado. Su madre cree que él estuvo traumatizado desde el útero. “Amir nunca ha dicho ni siquiera una palabra”, dice Shahana, de 32. Amir no tiene juguetes dentro de la carpa plástica en la que ahora vive, pero juega con lo que sea que encuentra en el suelo. “Ríe mucho, a pesar de que no hable”, dice su madre. Gracias a UPSOCL. Puedes ver más fotografías de este proyecto en el Instagram de Magnus Wennman
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